En 1996, mucho antes de las polémicas demagógicas de moda, los arquitectos Teodoro González de León y Alberto Kalach (dos grandes de la Arquitectura y el Urbanismo en México) se propusieron recuperar los lagos que convivieron armoniosamente con los aztecas, y que desde la época de la Colonia Española y sobre todo a partir de los años 70’s nos hemos empeñado en agotar a través de un desarrollo mal planeado y completamente depredador sin una vision de sustentabilidad a futuro.
El nombre con el que se bautizó el proyecto fue el de “Vuelta a la Ciudad Lacustre”. Dicho proyecto no era un simple ejercicio de nostalgia, sino un proyecto estratégico de regeneración urbana, ecológica y económica impulsado por algunas de las mentes y profesionales más respetados que ha producido México en los últimos 50 años en los campos de Arquitectura, Urbanismo, Sociología, y Economía entre muchas otras disciplinas (además de los citados Kalach y González de León se encontraba entre los miembros del proyecto a Gonzalo Celorio, Juan Palomar, Gustavo Lipkau, Humberto Ricalde, Eduardo Vázquez Martín, y otros más).
Este proyecto hablaba de dotar, mediante el rescate ecológico de un hito natural de la cultura Mexicana, de un nuevo polo del desarrollo urbano económico y social de la Ciudad de México y posiblemente del país.
Vuelta a la ciudad lacustre es un proyecto que se ha resistido a desaparecer, es decir, sus autores han tratado por más de 20 años que las diferentes administraciones locales y federales en México entiendan el potencial de dicho proyecto para que, con un poco de buena suerte, algún día se tome en serio y desarrolle como una alternativa posible para solucionar varios aspectos que atormentan a la ciudad más grande del país así como la conectividad aerea y económica del país en su totalidad.
Es un proyecto que propone una infraestructura –con un nuevo manejo del agua–, que reconcilia la geografía natural de la Ciudad de México dañada y olvidada por una inercia heredada desde tiempos de la Colonia Española, con la actualidad y tensiones urbanas actuales de la misma.
Al llegar al Valle de México los conquistadores españoles se maravillaron con la belleza y avance técnico que tenía la ciudad azteca en la gestión de sus aguas (recordemos que la antigua Ciudad de México flotaba sobre el lago de Texcoco); pero no la supieron comprender: Su delicado conjunto de diques, calzadas, puentes y plataformas que comprendían su infraestructura, formaba un grandioso urbanismo lacustre que integraba la producción agrícola y piscícola, el transporte acuático, la vivienda y espacios públicos y gubernamentales en los que se celebraban el poder y sus creencias; todo esto en la geografía de un valle cerrado con cinco cuerpos de agua.
Desgraciadamente el problema fue más allá de no comprender su delicado balance natural-técnico-social-gubernamental-religioso. La ciudad fue arrasada sistemáticamente en nombre de una religión (la fe católica en la que se abanderaban los conquistadores) intolerante que exigía no dejar rastros de culturas, tradiciones y conocimientos ancestrales.
En un tiempo muy corto, la nueva ciudad novohispana empezó a sufrir terribles inundaciones: el equilibrio natural, hidráulico y ecológico estaba ya desde entonces roto. De éstas inundaciones se tiene plena documentación histórica, una de las más graves sucedió en el año de 1629, fue tal la magnitud de dicha inundación que las aguas no bajaron en la ciudad sino hasta seis años después.
Se pensó entonces en reubicar totalmente la ciudad a las laderas del poniente del valle, en lo que es la zona de Tacubaya, pero ante el temor de los Españoles de que los indios regresaran a su antiguo centro, se optó entonces por intentar desaguar el lago haciendo un tajo al norte de la cuenca. Una agresión de catastróficas consecuencias para el territorio, el balance ecológico y la cosmogonía y cultura Azteca.
Sin embargo, este plan, que parecía claro y sencillo se fue complicando al poco tiempo, dudas, errores, fracasos y enormes gastos comenzaron a plagar la ejecución de dicho plan. Las obras planeadas para unas cuantas décadas se terminaron al iniciarse el siglo XX, casi trescientos años después de haberse iniciado, esto debió haber servido como preámbulo de su fracaso rotundo.
Este desagüe fue funcional durante un periodo muy corto de tiempo: Poco más de treinta años después, la ciudad volvió a sufrir de graves inundaciones y aunado al fracaso de la faraónica obra aparecieron nuevos problemas acarreados con la nueva “solución urbanística”: el bombeo del agua subterránea hacia afuera de su cuenca natural provocó que el suelo de la ciudad comenzara a hundirse y entorpeció aún más el funcionamiento de el ya mencionado desagüe. Para ese entonces, la extensión lacustre del lago estaba ya muy mermada.
El que a la llegada de los Españoles era un paisaje paradisiaco a 2,200 m sobre el nivel del mar, que proveía a sus más de 500,000 habitantes de un medio ambiente en balance perfecto con su entorno natural, se convirtió en pocos años en un páramo árido indeseable y polvoriento. Las tolvaneras tapaban con frecuencia el paisaje de la nueva y flamante ciudad. Ese era el panorama ya catastrófico a la mitad del siglo XIX con una ciudad que tenía menos de tres millones de habitantes en ese entonces.
Fue entonces que surgen dos proyectos que en principio se consideraban antagónicos enfrentados y que sin embargo y después de un buen análisis se concluye que eran proyectos complementarios faltos de una visión conciliadora.
Por un lado el drenaje profundo (el cual se impuso al final), y por el otro un proyecto visionario y sabio que proponía crear un sistema de lagos interconectados que tendrían distintas tareas hidráulicas, firmado por 3 ingenieros mexicanos visionarios y ejemplares como lo fueron: Nabor Carrillo, Fernando Hiriart y Gerardo Cruickshank. Solo quedó el lago de muestra Nabor Carrillo de mil hectáreas, el cual es sin mayor duda el mejor referente y antecedente legítimo del proyecto Vuelta a la Ciudad Lacustre.
1950 fue un punto de inflexión en la hidrología del valle de México: a partir de esa década la ciudad aceleró drásticamente su crecimiento urbano y demográfico ante la mirada incrédula y la apatía de las autoridades locales (y federales). Dichos dirigente carecieron de la capacidad técnica intelectual para afrontar dicha situación y en consecuencia las políticas demográficas de impacto que previeran y mitigaran los resultados de dicha explosión urbano-demográfica brillaron por su ausencia.
La Ciudad de México aumentó de forma muy acelerada su población hasta tener 6 veces su tamaño original, es decir, en tan sólo 5 décadas pasó de tener tres millones de habitantes a tener dieciocho millones de habitantes. El área urbana construida por consiguiente no se quedó atrás, multiplicándose siete veces su área inicial, de 230 km2 a tener más de 1,550 km2. Desgraciadamente de esta, cerca del 75% eran ya asentamientos irregulares. Se ocuparon entonces las laderas permeables del sur y poniente del Valle de México, sitios donde con anterioridad se infiltraba el agua de lluvia hacia el subsuelo, incrementando así el caudal lluvioso que se enviaba (envía aún) directo al sistema de drenaje profundo.
En cinco décadas la ciudad creció de tres a dieciocho millones de habitantes. El área urbana se multiplicó siete veces (de 230 km2 a 1,550 km2): el 75% fueron asentamientos irregulares. Se ocuparon las laderas permeables del sur y poniente del valle, donde se infiltra la lluvia al subsuelo, y aumentó considerablemente el caudal de lluvia que enviamos directo al drenaje profundo.
Se ocuparon también los cauces de ríos y canales, y se entubaron aquellos otros restantes, haciéndolos desaparecer de la cotidaneidad de la ciudad. Del gran Lago de Texcoco no quedó más que cinco pequeños vasos sin presencia real en el paisaje natural del anteriormente majestuoso Valle de México. El mayor de estos vasos es aquel lago construido por Nabor Carrillo que ya he mencionado con anterioridad en este texto.
Desde hace ya más de 5 años, el panorama en la Ciudad de México es muy similar al que aquí he descrito y en años anteriores se presentaba, con la diferencia de que ahora existe una pequeña desaceleración en el crecimiento urbano y por el contrario un aumento desorbitado del parque automotriz, con políticas erráticas en transporte colectivo, que dan un paso adelante para después dar 3 hacia atrás, y buenos planes (deseos?) para limpiar la contaminación atmósferica.
La recuperación de los lagos (que es todavía perfectamente factible) ha quedado al parecer condenada después de aprobarse el plan para el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el cual olvidó en su planteamiento integrar la recuperación de los cuerpos de agua casi desaparecidos así como sus pequeños ecosistemas que se niegan a desaparecer y consideró aquella extensión de tierra como tierra libre. Esos lagos podrían recuperarse e integrarse a las nuevas infraestructuras actualmente en construcción, creando polos de atractivo desarrollo urbano. Un sistema de lagos interconectados que absorban las demasías y se alimenten con el agua tratada del drenaje.
La evaporación provocaría microclimas más templados, y disminuirá sensiblemente la contaminación y el efecto invernadero en el Valle de México (todo esto ha sido estudiado y confirmado extensamente por expertos tanto nacionales como extranjeros). Las plantas de tratamiento deben construirse cerca de los lagos y trabajar en conjunto con otra infraestructura primordial como lo es el Nuevo Aeropuerto, también habría que considerar entonces detener la aberración de un proyecto oficial que propone construir una enorme planta de tratamiento de aguas en Hidalgo y ya ni siquiera me meto en la polémica de expander las funciones del actual Aeropuerto de la Ciudad de México hacia otros cercanos como el de Toluca y la base aérea de Santa Lucía (que dicen los políticos, pero no los expertos, podría aliviar la necesidad del aumento de pasajeros en el AICM).
Es evidente ahora que perderemos para siempre esa agua que permitiría reducir y eliminar, a la larga, el bombeo subterráneo que hunde la Ciudad de México. Podríamos también recrear un lago urbano tres veces mayor que la extensión de la bahía de Acapulco (similar en superficie al que existía en 1950) con un litoral de ochenta kilómetros, de un urbanismo lacustre avanzado, con el nuevo aeropuerto que requiere el área metropolitana en el centro del lago, el único sitio recordemos en que puede ubicarse desde el punto de vista aeronáutico. Los aeropuertos son las nuevas puertas de las ciudades y de los países; y hay que recordar que es urgente aliviar el tráfico del nuestro y mejorar la primera imagen que se ofrece al visitante que entra a este país o al paisano que vuelve a casa.
Sin embargo estamos presenciando día a día gracias a la vanidad de nuestros gobernantes y la codicia desmedida de los grandes grupos empresariales del país un genocidio a la historia, cultura y tradiciones de México; al destruir el ícono natural (el lago) donde fue fundada tanto la ciudad como todo el esplendor de la cultura Azteca, se está abriendo la posibilidad de borrar la memoria histórica e identidad cultural del mexicano ya de por si bastante deteriorada.
Vuelta a la Ciudad Lacustre es un proyecto de visión a largo alcance, es flexible y escalable, se puede realizar en etapas y en distintos lugares y en cualquier orden. Propone una inteligente infraestructura hidráulica, con un nuevo manejo del agua, que generaría una nueva ciudad y polo de desarrollo dentro de ese valle cerrado en el que se encuentra la Ciudad de México. Requeriría sin embargo, para realizarse, del consenso de la población y una estrategia de compromiso entusiasta de los sectores público y privado, cosas que por lo pronto a mi parecer están muy muy lejos de lograrse.
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