El Highline fue un proyecto gestado de forma trasparente por la sociedad civil y donde se anularon intereses privados para que prevaleciera los público. Exactamente lo contrario de lo que se quiere hacer en el caso de el nuevo trazo carretero en Los Cabos en una escala territorial (que está comprobado es similar a la escala urbana). Lo más relevante del Highline no es su diseño sino la forma como este proyecto se gestó mediante una participación entre la sociedad civil y los agentes de gobierno, pero todo bajo iniciativa de los ciudadanos y no de las autoridades.
A continuación me permito reproducir fragmentos de un artículo redactado por Eduardo Cadaval, uno de los más notables jóvenes arquitectos de México y que en ese entonces colaboraba en la oficina Field Operations en NY que estuvo a cargo del proyecto del High Line
[Publicado originalmente en: Piso Ciudad Al Ras 07. México Pág. 64-69 Primavera 2005 y recientemente reproducido en el sitio web de la revista arquine .]
Mas allá del HighLine
En la actualidad, las sociedades democráticas modernas están transformado la manera de entender la práctica del urbanismo así como los procesos a través de los cuales esta disciplina opera. Los sistemas básicos de planeación urbana están siendo sometidos a un replanteamiento de su significado donde la integración de la sociedad civil en los procesos que definen y modifican la ciudad han ido transformando la manera en que ésta es construida.
El proceso para recuperar y transformar el Highiline de un vestigio industrial situado en el “west side” de Manhattan a un nuevo espacio público para la ciudad de Nueva York, ejemplifica el potencial de esta nueva forma de planeación y reciclaje urbano. Estos procesos al ser más abiertos e incluyentes generan nuevas oportunidades a la vez que eliminan el riesgo de generar visiones únicas o dogmáticas de ciudad.
Más allá del concurso y la solución arquitectónica, el High Line, el esfuerzo por recuperarlo y el proceso para transformarlo de ruina industrial en espacio público, ofrecen una historia fascinante y aleccionadora de desarrollo urbano y participación ciudadana. Un ejercicio público-privado, cívico-gubernamental, que dará como resultado más áreas verdes y espacios de convivencia para la ciudad. Es también, probablemente, un buen ejemplo de cómo operarán los sistemas que transformarán y desarrollarán las ciudades en el futuro de las sociedades democráticas.
Hasta hace no mucho el High Line era una ruina industrial olvidada en el west side de Manhattan. Durante más de dos décadas estuvo en grave riesgo de ser demolida debido a presiones inmobiliarias y a un sui géneris régimen de propiedad.
Afortunadamente en el 2002, un grupo de artistas, escritores, arquitectos y residentes del área formaron la asociación no lucrativa ” Friends of the High Line” con el fin de salvar dicha estructura. Cautivados por la gran variedad de flora y vegetación salvaje que habían invadido el lugar convirtiéndolo en un parque efímero, decidieron proponer a la ciudad que en lugar de demolerlo se transformara en un parque público. Probablemente, la mayor lección de este grupo es su actitud proactiva y una visión moderna del conservacionismo, la idea no era solamente salvar el High Line de ser demolido, sino recuperarlo para la ciudad y de eso se iba a encargar ellos. De esta manera, en lugar de tan sólo oponerse a los planes de la ciudad, propusieron un uso alternativo para dicha estructura, y no nada más eso, fueron más allá y decidieron volverse el ente y motor ejecutor del proyecto que ahora transformara al High Line en espacio único para la ciudad de Nueva York.
La estrategia
“Friends of the High Line” decidió como estrategia moverse con el sistema en lugar de luchar contra él, primero fueron a la corte y pararon los planes de demolición del alcalde Rudolf Guliani, después, tras correr un análisis financiero y comprobar que el trasformar el High Line en espacio público beneficiaría a la ciudad al incrementar su densidad verde y aumentar el valor inmobiliario de la zona (y por ende la recaudación fiscal), consiguieron el apoyo de congresistas claves como Hillary Clinton o Charles Schumer, de senadores estatales, de oficiales electos de la ciudad, y así continuaron hasta que lograron convencer al actual alcalde Michael Bloomerg. Quien decidió que aportaría un cuarto del costo aproximado del proyecto (quince de los sesenta millones necesarios), si el grupo se comprometía a conseguir el resto.
De esta manera, comenzó una inteligente estrategia para dar a conocer el High Line y sus atributos. Como primer movimiento organizaron un concurso de ideas (sin requerir que las propuestas fueran realistas), en donde artistas, arquitectos, paisajistas y urbanistas de todo el mundo (se recibieron 720 propuesta de 36 países) imaginaron escenarios fantásticos para este espacio: albercas de 2 kilómetros de largo, una montaña rusa cruzando 22 calles de Manhattan y hasta la propuesta más sencilla pero a la vez poética que consistía en dejar el High Line prácticamente en su estado actual.
Todas estas propuestas se pudieron apreciar en una exposición en el vestíbulo de la histórica estación central. Los proyectos cautivaron a los habitantes de la ciudad que a su vez pudieron familiarizarse con el lugar y con la idea de rescate que “Friends of the High Line” proponía. Tras el éxito de este primer movimiento y con el reto de juntar los 45 millones restantes para llevar el rescate a una realidad, “Friends of the High Line” emprendió una campana de recolección de medios, que incluyeron fiestas de gala, negociaciones políticas, donaciones privadas, entre otras. Para este propósito, otra vez tuvieron la inteligencia de jugar con el sistema e incluir a figuras públicas, como el ganador del premio Pulitzer Robert Caro o el actor Edward Norton los cuales actuaron como voceros del proyecto atrayendo a una gran cantidad de medios y donantes .
Tras recolectar fondos y haber puesto al High Line en el centro del debate, esta organización no lucrativa convocó a concurso para transformar el High Line en espacio público. Tras una primera selección de entre 56 equipos de todo el mundo, cuatro oficinas fueron seleccionadas como finalistas, de las cuales Field Operations, oficina de paisaje y urbanismo encabezada por James Corner, fue la elegida para transformar el antiguo tiradero de basura de Nueva York, en un parque 2.5 veces más grande que Central Park.
El propósito del concurso fue algo más que acumular nombres famosos, por lo que como parte de los requisitos de éste, los equipos debían incluir a expertos urbanistas, arquitectos, ingenieros, paisajistas, biólogos, así como artistas y analistas financieros, con el propósito de que cada propuesta estuviese sustentada integralmente en todos los aspectos que involucran al proyecto y que fuese totalmente ejecutable, viable y posible.
En el proyecto ganador, el material vegetal, es un material activo que permite la recuperación del “ecosistema High Line”, albergando nuevas especies, conservando el hábitat de las que actualmente habitan el lugar y generando una mayor biodiversidad. Este material vegetal crecerá (y ha crecido como anteriormente) anárquicamente en las ranuras creadas en las uniones entre pavimentos, asimilando poéticamente la manera en que la naturaleza invadió la ruina industrial, (proceso que finalmente salvó al High Line al inspirar la idea de transformarlo en parque).
Finalmente, es importante decir que es a partir de la recuperación de este ecosistema y de la relación de los usos públicos, cómo se genera una extensa lista de programas y nuevas actividades en la ya de por sí extensa paleta de actividades de la ciudad de Nueva York.
El proceso para recuperar el High Line y convertirlo en espacio público dista de ser un proceso sencillo; no fue una jornada corta ni simple, e incluyó una serie de complejos procesos y negociaciones en los ámbitos político, legal y financiero. Sin embargo, lo importante es como se dieron los primeros pasos y que éstos fueron tan importantes y estratégicos que no permitieron que los siguientes fueran en la dirección contraria.
Uno de los aspectos más importantes por destacar es que la transformación del High Line no quedo únicamente en manos de las autoridades gubernamentales, sino en una alianza estratégica entre una organización no lucrativa y la oficina de planeación urbana de la ciudad de Nueva York. Esta fórmula permitió obtener el balance deseado entre los intereses políticos y los sociales; entre lo público y lo privado.
En Junio del 2009 se abrió la primera etapa del HighLine. Quince años después, en 2014, el parque tenía ya un promedio de casi 5 millones de visitantes al año. Lo importante, es entender el sistema y destacar sus bondades, comprender que es en toda esta historia donde está la lección. Es a través de la definición de un proceso de participación propositivo, ejecutivo e incluyente, que el futuro de la ciudades no queda solamente en manos de quiénes la gobiernan, sino en las manos de todos los que la habitan.